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Si no lo leo, no lo creo

Desmitificando.

Ella también ha puesto condones con la boca. Se ha levantado en mitad de la noche, tambaleándose y gaseando el pasillo hasta encontrar un retrete en el que aliviar sus intestinos. Ha usado la manga de su suéter para secarse los mocos cuando no tenía papel higiénico, y ha dejado alguna vez restos de comida entre sus dientes para disfrutar su sabor minutos más tarde.

Ella también ha follado sólo por el hecho de quitarse un picor de la vagina. Se ha tropezado en la calle y ha mantenido el equilibrio mirando hacia todos lados para comprobar que nadie la seguía, ha hablado mal de una persona sólo por envidia y le ha girado la cabeza a alguien cuando no quería saludarle.

Ella también ha soñado con lujuria follar salvajemente en los baños de un restaurante. Se ha hecho la dormida cuando no quería que la despertaran y ha borrado los correos electrónicos de aquellos hombres a los que ya no quería ver. Se ha hecho la simpática sólo para conseguir algo y cuando se le ha gastado el papel higiénico ha ido con los pantalones arrastrando hasta la despensa a buscar un rollo nuevo.

Ella también ha buscado en Internet cómo quitar las manchas de semen de una camisa negra. Ha hablado con amigas sobre sus relaciones íntimas sólo para coger ideas para su próxima noche desinhibida y ha pedido algo de suelto sabiendo que no lo iba a devolver. Cuando hace calor, su piel también se pringa de sudor y ha vomitado en medio de una pista de baile sólo por ir borracha.

Ha soñado con hacer un trío. Se ha preguntado cómo follaría más de uno de sus amigos. Y alguna amiga. Ha querido probar los condones de sabores. Y con retardante. Ha mirado de reojo el ‘kamasutra’ cuando está en la librería, ha llegado a comprar atrevida lencería para su pareja, ha coqueteado con chicos en locales nocturnos sólo para ver cómo intentan llevársela a la cama. A veces  lo habrán conseguido.

Ella es una persona más, tan sólo eso. No veo por qué se merece un trato especial.


La tensión de los exámenes

Tedioso estudio.

Frente a mí un montón de folios, hojas de papel a modo de manual de instrucciones humano. El porqué de nuestra agresividad, el funcionamiento del amor, los mecanismos que regulan la motivación por la comida. Esquemas sobre nuestro cerebro, nuestras funciones, nuestras debilidades. Todo aquello que le quita el misterio a nuestros actos.

Reconozco que es un tema interesante, siempre y cuando no tengas que examinarte de él. Lamentablemente ése es el caso, así que los segundos sentado se me hacían eternos. El tiempo pasa más despacio cuando tienes un reloj a mano. Me aburría pero las obligaciones me mantenían atado a una silla nada cómoda, en una biblioteca demasiado fría. Y como toda biblioteca, tenía su bibliotecaria.

Una chica, por la pinta estudiante de ciencias ambientales, que se limitaba a colocar los libros sin demasiadas florituras. Se subía a un taburete para los estantes altos, se agachaba para los estantes bajos. Quitaba la pinza que sujetaba los libros más gruesos, recolocaba los más finos para que no se doblaran. Hacía su trabajo, en definitiva. No es que fuera especialmente interesante, simplemente era lo único que estaba pasando. Esa chica acalorada por el esfuerzo de empujar un carro lleno de gruesos tomos por los pasillos, sin reparar en ninguno de los estudiantes. Ni siquiera aquellos que en vez de observar sus apuntes la escudriñaban a ella de arriba a abajo.

No es que fuera especialmente guapa, simplemente era lo único que podía ver al levantar la vista. Podía tener mi edad, eso bastaba. Si hay algo tan cierto como que la biblioteca da sueño es que también da morbo. Todo estudiante ha pensado en usarla como picadero, algunos afortunados lo han hecho realidad. Suma dos y dos y me tendrás a mí pensando en introducirme salvajemente dentro de la joven bibliotecaria. Entre las estanterías es un buen sitio, apoyando las lumbares en los tomos de neurofisiología. ¿O tal vez en el apartado de cartografía? Las mesas son amplias, daría mucho juego. El rincón de las publicaciones descatalogadas es muy íntimo, ahí incluso podríamos decirnos un par de guarradas sin que nos molesten.

En pocos segundos, lamenté haber llevado chándal. En instantes posteriores, simplemente lamenté haber tenido sensibilidad de cintura hacia abajo. Mi aburrimiento y parte de mi imaginación me habían dotado de una erección que iba a ser difícil de obviar. Una de la que no iba a poder librarme fácilmente. Tras considerar diferentes opciones, y sin que mis lectores me cataloguen de pervertido, decidí que lo más factible iba a ser un pequeño viaje al cuarto de baño. Para aliviar tensiones. Aliviarlas manualmente. Podría haber pensado en otra cosa, podría haberme concentrado en el estudio. Claro. También podría haber estudiado medicina o haberme sacado ya el carné de conducir. Uno no siempre elije la opción más práctica.

Ordené un poco las hojas de papel y me guardé el reloj en el bolsillo de un prieto pantalón, decidido a levantarme disimulando la carga que llevaba delante. Pero mientras retiraba la silla para alzarme, una amiga apareció ante mí. No es que fuera especialmente fea, simplemente se alejaba de mi concepto de belleza. Pero a veces era simpática, eso sí. Sonriendo, arrugando la barbilla sobre el cuello y mostrando algunos empastes, se subió las gafas a la altura de las cejas y me saludó. Yo me notaba cada vez más ligero.

– No sabes lo que me alegra que hayas venido – respondí.

Y pude seguir estudiando.


248º Fahrenheit

Que no son tantos grados Celsius como parece.

La primera vez la ves un poco de lejos y te llama la atención su pelo. Te recuerda a esas largas melenas élficas retocadas digitalmente de las películas, y en cierto modo quedas fascinado. Pero desde la distancia es lo poco que puede llegar a fascinarte.

Más tarde la ves de cerca, con el uniforme de trabajo. El logotipo corporativo muestra unas sensuales ondulaciones y el pantalón queda ajustado de una forma morbosa, pero las tallas únicas de los uniformes de empresa pueden engañar. Quedas intrigado por las formas que acabas de contemplar, pero no piensas más en ello. No hasta que no la ves al acabar el turno con la ropa de calle y te reafirmas en que a veces la naturaleza crea cosas perfectas. Aunque después las ponga a trabajar de cajeras.

Llevas más tiempo trabajando que ella, así que es normal que te pregunte alguna duda de vez en cuando. Su voz es limpia, como si acabara de estrenar sus cuerdas vocales. Y tiene ese sensual acento de la Cataluña Occidental que suele gustarte tanto por muy pueblerino que suene. Te gustaría pasar largas noches charlando con ella y susurrar cuentos con final feliz en su oído a media luz, pero una voz no es suficiente para quebrarte. No por el momento.

La hora punta hace que sea difícil transitar bien entre la gente y necesitas pasar a través de un estrecho pasillo en el que se encuentra ella. Con elegancia y sin segundas intenciones, coges delicadamente su cintura para apartarla y abrirte paso, pero tus manos siguen sujetas a ella: sus curvas parecen diseñadas para acoger a tus dedos. Su tacto, sus proporciones, te llaman a algo más. Algo que debes rechazar de tu mente, al menos en horas de trabajo.

Mientras los clientes se van esfumando y acabas de limpiar la suciedad que han dejado, reflexionas sobre tus percepciones. Llegas a la evidente conclusión de que sí, de que podía tratarse de una «tía buena». De alguien «a quien te follarías». Vale, es posible, pero de esas puede llegar a haber muchas en el mundo. Sólo deseas que, al menos, no sea simpática. Mientras sigues limpiando (y aprovechas para remojarte un poco con agua fría), la ves pasar a tu lado. Te sonríe, la sonríes, te aparta delicadamente y tú le haces un amigable ruidito. Ella contesta con otro idéntico.

Y piensas: «MIERDA».


Vergüenza ajena

Iba a titularlo también «hipocresía ajena», pero uso demasiado esa palabra últimamente.

Éramos cuatro personas hablando por cortesía a las puertas de nuestro lugar de trabajo: dos chicas nuevas sin nombre y un par de chavales de sueldo mínimo. Nuevas o no, no me interesaban sus vidas, pero al parecer a mi compañero sí. Les preguntó sus nombres y dónde vivían, les dijo si tenían mucho de viaje hasta aquí. Hasta el lugar en el que trabajábamos, claro. Una de ellas fumaba y sonreía, la otra contestaba en un torpe castellano. No recuerdo sus nombres, tampoco de dónde eran ni por qué escogieron este trabajo, pero ahora se iban a un pub de Castellón. Mi compañero las advertía de los hombres, de los aprovechados que deambulan por las discotecas y los garitos nocturnos de todo el mundo. Mi compañero les advierte de sus miradas indecentes, de su vulgar trato, de su concepción de las mujeres como meros objetos de placer. Les dice que, cuando él tenía novia, detestaba al grupo de salidos suprahormonados que no dejaban de mirarla. Mi compañero les dice a las chicas nuevas que tengan cuidado con quién conocen en las discotecas, que ya no quedan hombres de bien. Yo les digo que deberían dejar de fumar.

La conversación es lo bastante larga como para que la Fumadora acabe su pitillo y mi compañero no entre a hablar de utilizar preservativo en el coito. Viéndole dar esos consejos pienso que tras su coraza de trabajador vago e irresponsable se esconde un chaval maduro que sabe valorar a las mujeres. Alabo en cierta medida sus consejos a las chicas mientras éstas se dan la vuelta y se despiden hasta el próximo día.

Mientras se alejan, mi compañero les mira el culo mientras mueve la cintura hacia adelante y hacia atrás gritando «triqui triqui triqui triqui triqui». Y yo rezo a Dios para que no me relacionen con él.


Mirando el escaparate

Esperando a que empiece el siguiente exámen.

Sentado en el aula que me han adjudicado, la profesora me reparte el formulario del exámen y ahora que la huelo de cerca pienso que tampoco me importaría que abusara de mí sin necesidad de subirme la nota.

Redacto las respuestas lo más concentrado que puedo y veo como una compañera entrega el formulario ya resuelto, y ahora que la veo contonearse hasta la mesa del profesor pienso que no me importaría sentir el bamboleo de esas nalgas en mis manos.

Salgo del exámen algo descontento por las respuestas que he dado, y mientras comento lo escueto que he sido con una amiga capto su lado más salvaje y no puedo evitar imaginarnos desnudos encima de la fotocopiadora.

Mientras comentamos en grupo la impresión que nos ha dejado el exámen aparece una chica de clase que no conocía personalmente y nos dice que le ha ido bastante bien mientras yo creo que lo que a mí me iría bien sería que me la chupara.

Y ahora que el curso se acaba pienso que tampoco había tan mal género en mi carrera, después de todo.


Aprovechando el verano

Llegaron las vacaciones. Para algunos.

Aunque algunos seguimos de exámenes, hay afortunados que han empezado sus vacaciones de verano, entre ellos uno de mis compañeros.

– Ahora ya tendrás tiempo para aprovecharlo, ¿eh?

– Ya ves, tres meses por delante.

– Todo el día entretenido, vaya que no.

– Sí, sí, además de verdad.

– Y algunos de nosotros aquí pringando.

– Aprovecharé el tiempo de tu parte.

– Hazlo tú que puedes.

Él se pensó que hablaba de tirarse a su novia.

Yo me refería a que se acabara de leer El Oscuro Pasajero.


Pensamientos de muestra

Nunca fue objeto de camelos por nuestra parte.
Claro que no. Había llegado un punto (uno que percibes subconscientemente, nadie tiene que decírtelo) en que se había convertido en nuestra amiga. Ya sabes, una de esas chicas a las que se te está prohibido follarte a no ser que quieras meterte en un buen lío. Y como amiga de todos, había un especie de pacto no escrito en que consistía que ninguno de nosotros podía tratar de llevársela a la cama. Ya que, en parte, a ninguno de nosotros nos continuaba atrayendo carnalmente.

Era de las pocas mujeres con las que no éramos simpáticos para verla desnuda, simplemente nos caía bien.

Un día, nuestra amiga-que-nunca-nos-tiraríamos acababa de llegar del fisioterapeuta. Le gustaban esas cosas: hacía deporte y tenía cierto sentido del ritmo, con lo que bailaba bastante bien. También escuchaba música horrible de forma voluntaria y amaba los perritos de color blanco. Creo que también quería ir de viaje a Galicia a nosequé. El caso es que los chicos y yo estábamos sentados hablando de nuestras cosas cuando llegó ella del fisio y nos comentó lo que le habían dicho. No sé si a alguien le interesaba.

– Me ha estado mirando y palpando y me ha dicho que tengo la musculatura descompensada. O sea, unas lumbares algo endebles para mis fuertes glúteos. Me ha dicho que sí, que de culo muy firme y muy trabajado pero de espalda tengo que trabajar más.

Que dé un paso adelante quien, aunque ignorara a nuestra amiga como algo sexual, no se ha imaginado apretando sus nalgas contra su cadera.

Ah, pensaba.