No es pasar página si el álbum es distinto.
No creo que los sueños sean premonitorios de nada. Son simplemente una marea pegajosa que sale de nosotros, arrastrando pensamientos e ideas pegados en las rocas de la memoria y olvidados de los vientos. A veces, aglutinando estos retazos de recuerdos se construyen imágenes lo bastante consistentes para que apreciemos detalles que habíamos pasado por alto en otro tiempo. Y creemos estar adivinando el futuro, cuando lo que estamos haciendo es aprender de un pasado que nunca nos abandonó.
Hoy he tenido uno de esos sueños.
Un sueño reveleador, una elevación de marea motivada por la gravedad de un deseo que me consume. Estos pequeños pensamientos, estas visiones fugaces y brillos tenues en la noche se han hecho por fin claros ante mí. Sabía lo que tenía que buscar y dónde, y además sabía que lo encontraría. Daba por perdido algo que siempre supe dónde estaba simplemente por no querer recordar. Por qué tenemos ese miedo a la nostalgia, a que el presente se resquebraje durante unos instantes y se rompa como una ventana ante un huracán, azotándonos con las sensaciones que nos han hecho como somos. Por qué tenemos ese miedo a entendernos, me pregunto.
Siguiendo las instrucciones que me he narrado a mí mismo durante la noche, todo ha sido sencillo. Las fotografías, por supuesto, seguían ahí. Nuestro primer encuentro, perpetuado a través de más de una década de desarrollo tecnológico y migración emocional. Da igual a quién conociéramos, cuánto nos decepcionáramos, qué lugares visitáramos, cuánto recordamos de aquello. Todo sigue ahí, tan eterno e imperdurable como el primer día, para nuestro deleite. Aún después de más de 10 años hablando, en alguna parte somos aún desconocidos.
Y entonces cojo las fotografías y las paso a mi ordenador actual. Un ordenador donde almaceno nuestras últimas fotografías, aquellas hechas con una luz horrible. Llenas del encanto del presente, de un reencuentro deseado, de astillas incrustadas en el corazón. Nuestra primera y nuestra última vez, conviviendo a través del tiempo. La magia de la tecnología, la eternidad de lo material. Somos al mismo tiempo desconocidos y amigos, eres al mismo tiempo un capricho de verano y un impulso irrefrenable de madurez. Simpatía y puro deseo, un «ya nos veremos otra vez» y un «quiero estar contigo para siempre».
No necesito pensar en todo lo que hemos vivido, lo tengo ante mí. No necesito pensar en lo que siento, pues siempre ha sido lo mismo. Ahora lo entiendo por completo, ahora dejo de huir de ello. La realidad dándole la razón a la imaginación por una vez, el presente recriminando al pasado «¿ves? yo tenía razón». Mirando estas fotografías, las primeras que hice con una cámara digital y las últimas que he guardado con un teléfono móvil, por fin veo la constante. Por fin veo lo único que he mantenido durante mi paso a la madurez.
Y lo siento, de verdad. Lo siento por las malas experiencias que me haré pasar, pero no puedo dejar de amar ahora. Lo llevo haciendo toda la vida.