Cuando ese final fue algún tipo de comienzo

Mientras el resto de jóvenes cuenta los condones de su cartera, yo me siento a escribir.

Figúrate tú qué tontería.

Estamos a 3 horas y media de final de año y me da por recordar una pequeña anécdota. En mi anécdota ya han sonado las campanadas y todo el mundo ha brindado. También hay un chico sentado frente al ordenador, como ahora, pero el ordenador está en el piso de abajo y no se encuentra escribiendo al vacío: hay alguien al otro lado. Sí, un chat, cerebrito. El chico de mi anécdota está hablando con una chica que conoció hace pocos meses y de cuya relación vamos a obviar más detalles. Sólo decir que se tienen la suficiente confianza y aprecio como para estar, apenas dos minutos después del estreno de año, hablando por Internet. Entonces hay algún problema con la línea o vete a saber qué mierda y el chaval la llama por teléfono. Como hay mucho ruido en su casa, el tío sale a la calle (estamos hablando de apenas 5 grados de temperatura) y pasea hasta la playa mientras conversan. Al chico no le gusta hablar por teléfono y la playa está a 15 minutos caminando. Le da tiempo a volver a su casa sin colgar, así que hazte una idea del contexto emocional de toda esta parafernalia.

Figúrate tú qué tontería, que aún tengo que vestirme y dejar listos los preparativos para la cena y se me ocurre una anécdota.

Figúrate tú qué tontería, que de los 23 fines de año que he pasado, es el mejor que recuerdo.

Figúrate.

Qué tontería, verdad.


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